Es sabido y comprobado por la historia latinoamericana, el
inminente daño que le ha hecho a nuestra sociedad, en el avance económico y
político, las practicas caudillistas, personalísimas por naturaleza, que
absorbe de una forma vampirezca si se quiere, la dirección y control del Estado
en el devenir como unidad política de avanzada.
El personalismo político se ha presentado con
características muy similares a la de cualquier jefe militar del milenio
antepasado, del cual toda palabra debe ser acatada como orden indiscutible e
irrefutable, como si se tratara de que la sociedad, entendida en su totalidad,
fuese un gran cuartel en el que ninguno de sus miembros tuviese la capacidad de
entender, discrepar o expresar su visión del entorno en el que se rodea. Las
decisiones que afectan el futuro de Venezuela deben trascender la sujeción al
estado de animo de ese “Gran Jefe”, que con ínfulas de Mesías, cree que la
divinidad le ha agraciado para llevarnos a una aventura fantástica alentada por
el éxtasis de una necrofilia ideológica que solo le proporciona resultados a la
minúscula elite llena de irresponsables antivenezolanistas.
El personalismo es un virus que se ha incrustado en
organizaciones políticas y ha contaminado todos los estratos de las mismas, a
un punto tal, que ha impedido el máximo desempeño de las bases y la militancia
en la lucha contra este régimen de corte militarista. Esta condición se
constituye en el peor enemigo de toda democracia, sobre todo en este estadio de
nuestra historia, cuando se avizora cada vez más lejos la verdadera
institucionalización de un régimen deliberativo en el marco de las libertades,
sin que se permita el aporte de programas palpables y con un sentido de
realismo que lleve a nuestra nación a un verdadero ciclo de desarrollo.
Este mal se combate con la colectivización del liderazgo,
que de por sí, fue el que germino la democracia en nuestro continente, y es así
como se permite la efectiva representación de los vastos sectores sociales.
Ahora bien, las organizaciones políticas democráticas deben
profundizar la discusión en cuanto a la elaboración de estrategias para hacer
control sobre este mal, continua vigente (parece trillado pero es verdad) la
lucha por la institucionalización de nuestra democracia, pues la enfermedad
mesiánica contagia a dirigentes que se autoproclaman lideres imprescindibles
para finalmente convertirse en trabas titánicas en la resistencia contra la
tiranía y el autoritarismo.
Si bien es cierto que estamos frente al terreno del
pensamiento político, contradictorio a los hechos de “Quien Lleva Las Riendas”
de la Republica, considerando que en nombre de la “Democracia Popular” se ha
venido hipotecando el futuro del pueblo venezolano; también es cierto que
representa fundamental relevancia los métodos de acción política de la
dirigencia nacional, de manera que analice y canalicen que todos los estratos
de la estructura social venezolana requieren una nueva clase dirigente- sin
limitaciones de edad- con amplio sentido de visión política, y sobre todo el
rescate de la esencia del espíritu combativo por la democracia, además que toda
organización política debe entrar constantemente en revisión de su
responsabilidad en el rol pedagógico que permita la constante formación de
nuestros conciudadanos, sean o no militantes de partidos.
Juventud, Acción y Democracia
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