domingo, 27 de enero de 2013

Las Cuatro Paredes

En momentos de grandes dificultades muchos nos sentimos como en una suerte de neblina que no permite que tengamos una visión clara, cualquiera puede sentirse como encerrado en cuatro paredes sin ventanas ni alguna forma de salida regular o tradicional.

La singular crisis institucional que vive nuestro país, sumado a la incertidumbre absoluta, tiene paralizada a la gran masa de venezolanos, que aun desean atestiguar como nuestra nación se hace realmente grande y con espacio para todos los sectores sociales, además parece tener a parte de la alta dirigencia corriendo en círculos, sin atinar acciones concretas que por lo menos permitan que el pueblo vea una luz al final del túnel.

No basta con buscar desesperadamente a pseudoanalistas y opinadores de oficio que, más que dar una orientación pedagógica del asunto, están más preocupados, algunos de convertir sus artículos en una especie de “best seller” que les regale sus quince minutos de fama, y otros, simplemente de “pescar en rio revuelto”. Tampoco podemos encerrarnos en soluciones cortoplacistas de escasa organización y con mucha argumentación electosimplista.

Toda sociedad exige constantemente cambios que permita refrescar el desenvolvimiento de las gentes, que eleve la calidad de vida de la humanidad, en fin, que la visión de la periferia siempre vaya en aumento y no en detrimento. La realidad venezolana en este momento está encerrada en cuatro paredes, que mantienen estancado el potencial que brote de la venezolanidad, sin embargo el ímpetu y la energía para seguir construyendo país no para de crecer en nuestros conciudadanos.

Es necesario demoler esas cuatro paredes enemigas del desarrollo, obstáculo de la luz y la visión de largo plazo, barrera de la gran visión periférica que tanto necesitamos en este momento. La primera pared que debemos demoler es el miedo, ese miedo al fracaso que tanto nos agobia, el temor a asumir nuestro rol histórico para encausar la democracia venezolana. Comenzando por aceptar y entender que el discurso y método de acción de los que ostentan el poder nacional se han convertido en cosa predecible, por tanto, es posible determinar qué tipo de reacción tendrán en ciertos momentos, como por ejemplo llamar “apátridas” o “agentes del imperio” a quien exprese lo que no le guste al gobierno, el argumento democrático definitivamente es más fuerte que el guión que utilizan para justificar sus atrocidades en nombre de las “reivindicaciones populares”. No debemos temer a quienes no tienen moral para criminalizar a todo aquel que disienta del partido de gobierno, mucho menos si quienes representan ese gobierno son capaces de encochinar nuestros símbolos patrios con simbolismos de otras naciones parasitas y sanguijuelas.

Eso nos permite romper con la siguiente pared, que es la apatía del pueblo y su pasividad excesiva, no entendiéndose esto como un llamado al desorden o excitación al caos, sino como un llamado a la constante y perpetua voluntad de seguir construyendo futuro. La mejor manera de romper con la apatía es insistir siempre con el mensaje nacional de integración social, y que por todas las cosas siempre este reserve la esencia de la democracia como forma de vida irrenunciable e inalienable de los venezolanos.

Los otros dos grandes obstáculos son las generaciones oxidadas en complicidad con las fuerzas opresoras de los nuevos agentes de cambio, esas generaciones que por falta de acción pierden capacidad de visión y sentido de estructuración, esas fuerzas muertas que solo piensan en su propio beneficio, por tanto, son capaces de encompincharse con los agentes de opresión social que constantemente tratan de aplastar el espíritu combativo de los que jamás dan su brazo a torcer por ver una Venezuela libre y de los venezolanos. Las generaciones oxidadas parecen miopes en la interpretación de la realidad sociopolítica nacional, además, de manera irónica, continúan encerrados en sus cuatro paredes electoralistas de escasa estructura organizada y con la credibilidad por el subsuelo.

No cabe la menor duda que la única fuerza con capacidad de derribar estas cuatro paredes es la de la Juventud Venezolana, que por ser diamante en bruto, amerita que se le dé forma y organización, pues ésta mantiene vivo el espíritu combativo ante cualquier circunstancia capaz de atentar contra la República. La fuerza de la Juventud Venezolana estaba dormida, pero para pesadilla de muchos, está despertando, no como un brazo armado y cómplice de quienes desdeñan las capacidades de los nuevos liderazgos. Más bien como un movimiento claro y con objetivos propios, que más que nada persigue canalizar a todas las clases y sectores para el desarrollo nacional y lograr la recuperación del respeto de la República y su vanguardia continental.

Las fuerzas juveniles están llamadas a rescatar la credibilidad institucional y a dirigir las masas venezolanas por los caminos trazados por nuestros próceres y fundadores de la democracia venezolanista.

“El político de raza y de convicciones revolucionarias se fija en objetivos de transformación social y no metas burocráticas” Rómulo Betancourt