En momentos de grandes
dificultades muchos nos sentimos como en una suerte de neblina que no permite
que tengamos una visión clara, cualquiera puede sentirse como encerrado en
cuatro paredes sin ventanas ni alguna forma de salida regular o tradicional.
La singular crisis
institucional que vive nuestro país, sumado a la incertidumbre absoluta, tiene
paralizada a la gran masa de venezolanos, que aun desean atestiguar como
nuestra nación se hace realmente grande y con espacio para todos los sectores
sociales, además parece tener a parte de la alta dirigencia corriendo en círculos,
sin atinar acciones concretas que por lo menos permitan que el pueblo vea una
luz al final del túnel.
No basta con buscar
desesperadamente a pseudoanalistas y opinadores de oficio que, más que dar una orientación
pedagógica del asunto, están más preocupados, algunos de convertir sus artículos
en una especie de “best seller” que les regale sus quince minutos de fama, y
otros, simplemente de “pescar en rio revuelto”. Tampoco podemos encerrarnos en
soluciones cortoplacistas de escasa organización y con mucha argumentación electosimplista.
Toda sociedad exige
constantemente cambios que permita refrescar el desenvolvimiento de las gentes,
que eleve la calidad de vida de la humanidad, en fin, que la visión de la
periferia siempre vaya en aumento y no en detrimento. La realidad venezolana en
este momento está encerrada en cuatro paredes, que mantienen estancado el
potencial que brote de la venezolanidad, sin embargo el ímpetu y la energía para
seguir construyendo país no para de crecer en nuestros conciudadanos.
Es necesario demoler
esas cuatro paredes enemigas del desarrollo, obstáculo de la luz y la visión de
largo plazo, barrera de la gran visión periférica que tanto necesitamos en este
momento. La primera pared que debemos demoler es el miedo, ese miedo al fracaso
que tanto nos agobia, el temor a asumir nuestro rol histórico para encausar la
democracia venezolana. Comenzando por aceptar y entender que el discurso y método
de acción de los que ostentan el poder nacional se han convertido en cosa
predecible, por tanto, es posible determinar qué tipo de reacción tendrán en
ciertos momentos, como por ejemplo llamar “apátridas” o “agentes del imperio” a
quien exprese lo que no le guste al gobierno, el argumento democrático definitivamente
es más fuerte que el guión que utilizan para justificar sus atrocidades en
nombre de las “reivindicaciones populares”. No debemos temer a quienes no
tienen moral para criminalizar a todo aquel que disienta del partido de
gobierno, mucho menos si quienes representan ese gobierno son capaces de
encochinar nuestros símbolos patrios con simbolismos de otras naciones
parasitas y sanguijuelas.
Eso nos permite romper
con la siguiente pared, que es la apatía del pueblo y su pasividad excesiva, no
entendiéndose esto como un llamado al desorden o excitación al caos, sino como
un llamado a la constante y perpetua voluntad de seguir construyendo futuro. La
mejor manera de romper con la apatía es insistir siempre con el mensaje
nacional de integración social, y que por todas las cosas siempre este reserve
la esencia de la democracia como forma de vida irrenunciable e inalienable de
los venezolanos.
Los otros dos grandes obstáculos
son las generaciones oxidadas en complicidad con las fuerzas opresoras de los
nuevos agentes de cambio, esas generaciones que por falta de acción pierden
capacidad de visión y sentido de estructuración, esas fuerzas muertas que solo
piensan en su propio beneficio, por tanto, son capaces de encompincharse con los
agentes de opresión social que constantemente tratan de aplastar el espíritu combativo
de los que jamás dan su brazo a torcer por ver una Venezuela libre y de los
venezolanos. Las generaciones oxidadas parecen miopes en la interpretación de
la realidad sociopolítica nacional, además, de manera irónica, continúan encerrados
en sus cuatro paredes electoralistas de escasa estructura organizada y con la
credibilidad por el subsuelo.
No cabe la menor duda
que la única fuerza con capacidad de derribar estas cuatro paredes es la de la
Juventud Venezolana, que por ser diamante en bruto, amerita que se le dé forma
y organización, pues ésta mantiene vivo el espíritu combativo ante cualquier
circunstancia capaz de atentar contra la República. La fuerza de la Juventud Venezolana
estaba dormida, pero para pesadilla de muchos, está despertando, no como un
brazo armado y cómplice de quienes desdeñan las capacidades de los nuevos
liderazgos. Más bien como un movimiento claro y con objetivos propios, que más
que nada persigue canalizar a todas las clases y sectores para el desarrollo
nacional y lograr la recuperación del respeto de la República y su vanguardia
continental.
Las fuerzas juveniles están
llamadas a rescatar la credibilidad institucional y a dirigir las masas
venezolanas por los caminos trazados por nuestros próceres y fundadores de la
democracia venezolanista.
“El político de raza y
de convicciones revolucionarias se fija en objetivos de transformación social y
no metas burocráticas” Rómulo Betancourt